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En otoño, el ritmo biológico de un oso pardo marca dieta. Pero no para adelgazar, sino para «engordar y superar el invierno», en el que encontrar comida en el monte se vuelve más complicado, explica Luis Fernández Fernández, guarda de la Fundación Oso Pardo . Pero en años de escasez d el alimento silvestre en la Cordillera Cantábrica como éste, en el que las patrullas oseras de Castilla y León confirman una «mala cosecha de bellota por la sequía» y «el castaño muy flojo», este gran animal protegido está decidiendo aventurarse y bajar a municipios de León en busca de manzanas caídas, productos de huerta o ganado. Entre riscos y pequeñas carreteras que se enroscan en la montaña, causan la consiguiente «alarma social» de pequeños pueblos como Caboalles de Abajo, Palacios del Sil o Toreno, que no están habituados a tantos encuentros con sus enormes vecinos peludos.Noticia Relacionada estandar No Colocan GPS a dos osos para alejarlos de los pueblos en León M. A. La Junta captura y monitoriza los ejemplares en el entorno de Caboalles de Abajo para aplicar medidas que los alejen de los entornos urbanos«Hay de todo, gente que se alarma y otra que lo ve normal», apunta Marco Leonardo, que también trabaja para la Fundación Oso Pardo y es alcalde pedáneo de Páramo del Sil. ABC se encuentra con él en uno de los miradores de esta zona del norte de la provincia para conocer su labor y la de las llamadas Patrullas Oso. Aunque admite que este animal es «un bicho más», tan habitual en su paisaje como el jabalí , señala que «hay que concienciar a la gente de que los espante y no los alimente pensando que hace un bien». «Hay que asustarlo porque no tiene que estar ahí», incide el capataz.Y es que el oso aprende, tiene buena memoria y hace todo un «análisis de riesgos», describe Daniel Pinto, coordinador de las Patrullas Oso de la Junta de Castilla y León, que se dedican al seguimiento y control de estos animales, entre otras labores. Observa, prismáticos en mano, junto a Palacios del Sil. Prácticamente invisible sin la cámara térmica, una osa sestea bajo la fina lluvia, en unos peñascos inaccesibles. Un telescopio apunta a otra un poco más allá, también esquiva a la simple vista: dos oseznos, uno negro y otro pardo, se acurrucan junto a su madre. «Tienen pánico a la gente de forma general», indica el responsable. Pero si el apetito aprieta a uno de estos omnívoros, valoran sus opciones. «La primera vez se acercan al borde del pueblo, o acompañan allí a su madre. Y si no pasa nada, luego, si tienen hambre, se acuerdan y se acercan más».Esa adaptación deja casos como el que las patrullas rememoran en Villaseca, en donde un osezno entraba a comer al jardín de unos veraneantes que le dejaban hacer. El peaje de un poco de fruta les resultaba aceptable ante la posibilidad de ver a este animal de cerca. Ante la repetición, llamaron: «Oye, que sigue estando por aquí un oso pequeño...», dicen los miembros de las patrullas que les confesaron. «Llega el punto en el que ya no es tan gracioso, pero ya lo habituaste», lamenta Pinto, que indica que en ese caso, el ejemplar «se acostumbró a tener gente cerca, a las voces». Perdida la conciencia de todo eso como algo amenazante, para cuando les avisaron y quisieron echarle, los ahuyentadores y los gritos ya no surtían efecto en él. Este sería uno de los tipos de plantígrado que consideran los protocolos de actuación frente a la que no deja de ser una especie protegida: el oso «habituado». Entendido como uno que ha adquirido la costumbre de bajar a los pueblos a por comida, el perfil a veces coincide con el de uno «problemático», aunque no tiene por qué, ya que esta otra tipología define a los que se comportan de forma agresiva. Coincidiría en el caso de uno que ha rondado a Caboalles, para desesperación de los ganaderos: acostumbrado a su carne, se había vuelto audaz a la hora de acudir para robar ovejas y cabras. Un tercer tipo marcaría a los «osos con problemas», según explican los expertos, por ejemplo, los huérfanos o lesionados tras un atropello.Balas de gomaEn cualquier caso, las administraciones los vigilan porque pueden requerir intervención. Con una alerta al 112, los operarios avisan a la patrulla, que es capaz de plantarse en el lugar en unos quince minutos. Si un oso se acerca demasiado aplican «condicionamiento negativo» o «medidas aversivas». Esto suele traducirse en disparos con balas de goma, no los hieren, pero sí les causan una gran molestia. «Normalmente, cuando les disparamos, no vuelven», afirma uno de los patrulleros, Pedro García González.Junto a su compañero Lorenzo González Amigo, este último experto integra una de las dos parejas que supervisan esta zona del Alto Sil, la otra está en Villablino. En el lado castellano y leonés, dos técnicos más patrullan por Riaño, también en León, y una última pareja repasa la Montaña Palentina. «El nivel de tolerancia en esta zona es muy grande porque nunca se dejó de convivir con el oso, mientras que en el Pirineo, la tolerancia es cero», admite Pinto. «Pero se trata de un equilibrio muy frágil, porque hablamos de un choque entre la conservación de una especie y la seguridad ciudadana», matiza. Arriba, en Palacios del Sil (León) las Patrullas Oso hacen vigilancia. Abajo a la derecha, miembros de estas patrullas muestran las balas de goma que usan en caso de necesidad FOTOS: IVÁN TOMÉ«Creo que hay una falta de entendimiento de por qué tenemos un oso en un pueblo, ¿cómo llegamos a eso?», relanza Luis Fernández. «Hace 30 años apenas bajaban, y al oso que accedía al pueblo, si podían, lo mataban», plantea, para indicar que «esa persecución les hacía mucho más desconfiados». En contraste, en la actualidad «el oso ha ido creciendo paulatinamente en población y ya no se persigue», apunta, y el cambio climático provoca altibajos en arándanos, castañas o momentos en los que «ya no hay hierba pero aún no hay frutos», lo que da pie a que algunos desarrollen «un atrevimiento especial», cuando hormigueros y avisperos tampoco bastan y eso se junta con temperaturas suaves o que «hay osos jóvenes que no hibernan». Por ello, en Fundación Oso Pardo –su labor complementa las acciones de las patrullas de la Junta– intentan adaptarse a lo que observan y a cómo el animal «identifica nuevas fuentes de alimento» a lo largo del tiempo, condicionado por incendios y sequías cada vez más contundentes. En el marco del proyecto Coex Humanos y Oso (con fondos europeos Life), la fundación ha plantado ya cerca de 150.000 frutales lejos de los núcleos de población, una solución a medio-largo plazo. Mientras, las Patrullas Oso toman muestras para el censo genético que elaboran cada cuatro años. El último se comenzó en 2020 y se publicó en 2022: entonces se calculó que había unos 370 osos en toda la Cordillera Cantábrica, más o menos distribuidos al 50-50% entre Asturias y Castilla y León, aunque lógicamente, se mueven (más los machos, que se desplazan tranquilamente 10.000 hectáreas , ya que las hembras se esconden para parir y luego permanecen con sus crías en la osera hasta la primavera) sin prestar atención a las fronteras. Algunos ejemplares también habitan Cantabria o Galicia. Si bien parte de los osos mueren –de forma natural o a raíz del infanticidio común en su especie– y la pirámide se reajusta, el coordinador Daniel Pinto asegura que en este próximo censo la población sumará un centenar fácilmente, porque «está subiendo a razón de 70 ejemplares por año».Del cariño al hartazgoPor eso tanto Junta como Fundación reparten pastores eléctricos, un elemento disuasorio que gracias a sus descargas resulta «efectivo» frente a la inutilidad de las vallas que esta especie trepa fácilmente. «Si te entran en una cuadra de ovejas, tienes que cercarla con un pastor el primer día», recomienda el pedáneo de Páramo. Y es que basta un oso «problemático» o «habituado» para revolucionarlo todo. Una de las ejemplares que ha puesto a prueba esa convivencia ha sido la célebre 'Lechuguina'. Así la apodaron al principio, cariñosamente, los vecinos de Villarino del Sil: ¿cómo llamar si no a una osa con debilidad por las lechugas –parece que les encantan– que se contentaba con birlar alguna de sus huertas? Sin embargo, una vez hecha la costumbre, los habitantes acabaron «hartos» durante el verano de 2024. Aunque González y García cuentan que esta temporada «se está portando bien», ocupada con sus crías, la osa estaba entonces tan cómoda que llegaba a quedarse dormida en las traseras de las casas del pueblo. Los patrulleros se la encontraban allí, roncando, y cada vez costaba más disuadirla. Tanto, que estuvo a punto de aplicársele el siguiente paso: captura y retirada del medio, una medida que aún no ha sido necesaria en ningún caso. La solución pasó entonces por hablar con los vecinos para recoger unos cien kilos de fruta que se acumulaban en las huertas a las afueras de Villarino y de Tejedo del Sil, y así dejar a 'Lechuguina' sin tentaciones. «Pero claro, eso lo puedes hacer en un pueblo, no sistemáticamente», refleja García. Su coordinador asiente y remarca la importancia de la colaboración ciudadana: «Un ladrón no debe entrar a tu casa, pero aunque llames a la policía, si lo hace, tú primero cierras la puerta», compara.Cárcel para ososOtros países, como Italia, han recurrido para los casos más extremos a una especie de 'cárcel' para plantígrados. Así, en un gran complejo natural cerca de Trento –que se compartimenta en recintos y también actúa como hospital para animales salvajes– mantiene aislados a los ejemplares peligrosos. Pinto refiere que en España no existe nada similar: lo más cercano es la Casa del Oso de Proaza, en Asturias. Sin embargo, este centro suele acoger a animales con vistas a su reintroducción o reproducción. Según indica su propia página, el primero de sus cercados oseros se instaló en 1996 para acoger a 'Paca' y 'Tola', rescatadas después de que un cazador furtivo matara a su madre. Por otra parte, los oseznos huérfanos pasan a menudo por recursos de las administraciones como el Centro de Recuperación de Fauna Silvestre de Villaescusa, gestionado por el Gobierno cántabro, o el recinto de aclimatación de Valsemana (León). De hecho, también de la mano del Principado de Asturias , estas dos comunidades se han anotado recientemente el tanto de la reintroducción de la joven 'Alba' en la naturaleza, a la que unos meses antes se encontró sola, considerando los técnicos que era complicado que se reencontrase con su madre «en condiciones de seguridad».El último recuento calcula que en Asturias, Castilla y León, Cantabria y Galicia viven 370 osos. El próximo podría «sumar un centenar»Pero más allá de orfandades, traumas y sobresaltos, en esa convivencia más cotidiana, las capturas de adultos son rápidas como una parada en boxes y se efectúan para alejarlos de los pueblos o para tomar muestras de pelo y sangre, entre otros. La patrulla osera explica que se sirven de trampas tipo Culvert que colocan en lugares estratégicos con algo de comida al fondo del 'túnel'. Para evitar accidentes, vigilan el anzuelo con una cámara y cierran la trampilla con control remoto. «Una vez ahí, lo dormimos y lo transportamos con el remolque lejos del pueblo», explica Pinto. Cuando despierte, aún un poco «drogado», no debe ser un peligro, pero tampoco despeñarse. A las capturas asiste un veterinario que calcula la dosis del dardo tranquilizante para dejar al oso KO diez minutos. Como lo primero que se hace es pesarlo, ajusta la referencia si necesitan algo más de tiempo para mantenerle inconsciente un poco más y asegurar su bienestar.Porque las capturas también se aprovechan para colocarles un collar con GPS, tal y como explica la patrulla del Alto Sil. Desde 2021, se ha anillado a 31 osos con este instrumento de geolocalización, que complementa otras herramientas, como las cámaras de fototrampeo. El collar cuenta con un sistema de liberación que se abre automáticamente a los dos o tres años de su colocación, pero permite que rastreen al ejemplar durante ese tiempo, mandando su posición a una aplicación móvil, lo que facilita cierta vigilancia de esos osos «más gamberros», acuña el presidente de Fundación Oso Pardo, Guillermo Palomero.González, García y Pinto muestran una trampa para osos tipo Culvert a las afueras de Páramo del Sil (León). iván toméEn definitiva, se trata de espantar a estos grandes mamíferos y limitar sus accesos a los recursos humanos. «El objetivo es que haya cero osos habituados a la comida fácil», subraya Palomero. Como enseña Luis Fernández, otra precaución de convivencia pasa por los cubrecontenedores: un armazón de madera con un «mecanismo en dos movimientos, pulsar y girar», de manera que un animal «goloso» no pueda saquear la basura en busca de alimento.Experiencias agridulcesLas experiencias más o menos agradables marcan una relación en la que las personas reaccionan con fascinación y hasta dulzura ante visiones como la de un osezno, pero también desde el miedo ante la ferocidad de un animal que no deja de ser salvaje. «Hay dos visiones del oso: la del que sufre los daños y la del que nunca ha visto uno», opina García, que insiste en que se avise «antes de que el animal moleste». El espectro abarca un alegre mural de la película de dibujos animados 'Hermano Oso', pero también los comentarios de enfado que se retroalimentan entre conocidos –y por redes sociales, que Fernández opina que «condicionan» y «dan un sesgo a la información»– hasta despertar antipatías como sólo ha logrado el lobo. «Porque comía cerca de sus cerezos, una mujer ya quería que matásemos a uno», ejemplifica Pinto. «El objetivo es que haya cero osos habituados a la comida fácil», de modo que «si entra uno en una cuadra, hay que cercarla el primer día» Fernández enseña cómo funciona un cubrecontenedorEsta encrucijada de actitudes la reflejan en apenas unas frases vecinos como el matrimonio que componen Trini Maceda (74 años) y Ernesto Martínez (81). Hace décadas que ambos regentan el Mesón El Conde, en Anllares del Sil. «A mi hijo le mataron dos yeguas hace poco más de un mes», sentencia ella, que cuenta que su vástago cría caballos y ya no se atreve a salir a pasear por el monte. Su marido admite que alguna vez se cruzó un oso sin mayor susto. «Pero si le preguntas a mi sobrino, que es un loco, ¡quiere verlos!», se exaspera Trini, que considera que se les debería dejar comida en el campo. Con todo, la pareja es prudente. «Ellos (los osos) son cómodos, van a lo que van, comer», se encoge de hombros Ernesto.El presidente de la Fundación Oso Pardo se muestra comprensivo ante una «alarma razonable» que esperan reconducir. «Este septiembre en concreto y la nueva situación de cambios que ha venido para quedarse nos ha desbordado un poco», admite Palomero. «La coexistencia puede ser pacífica, pero es un reto »,
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