Clanes de alberto
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Encarnita Polo vivía en el séptimo y nosotros en el quinto, en un edificio de García de Paredes. Recuerdo una vez que la recogieron en un Cadillac descapotable que no terminaba nunca. Siempre me sonreía cuando nos cruzábamos en el portal. Me preguntaba cosas en el ascensor. Me impresionaba mucho su forma de brillar, entre cansada y rota, como un foco recién apagado del que todavía se escapa el humo. Ella era música y escena, una de esas personas con más tablas en el escenario que la propia madera. Mucha mierda y todo eso. Era íntima amiga de Charles Aznavour. De hecho, fue un consejo del cantante y compositor el que hizo que dejara la copla por el pop a mediados de los sesenta. Junto a su marido, el compositor argentino Adolfo Waiztman, tocó el cielo mientras acompañaba cada noche a España desde TVE. Se coló en todos los salones, pero de eso no me acuerdo porque no había nacido. Este viernes hemos conocido su muerte en una residencia de Ávila con tintes de hampa y derrota. El Madrid que compartimos Encarnita Polo y yo era el de un barrio con ultramarinos, hornos de pan, mercerías y una tienda de caramelos donde alguna vez me compró chuches. Una calle recta que llegaba hasta el Mercado de Chamberí, que era un derroche de olores de materia prima perfecta. Allí estaba la juguetería Rovy, que competía con una cacharrería de la calle Zurbano donde compraba peonzas y cromos. Siempre me imaginaba que un elefante entraría en cualquier momento. Noticia Relacionada Cantante y actriz estandar No La Policía investiga la muerte de Encarnita Polo en una residencia de mayores a manos de otro interno África Albalá Ha fallecido este viernes en la ciudad castellanoleonesa, según ha informado su propia hija en un comunicado remitido a los mediosUn día me regaló un paquete de flashes de Gascón. Nunca se quitaba las gafas de sol. De vez en cuando, el portal se llenaba de personas vestidas con trajes de lentejuelas y colores imposibles. Eran los días que Encarnita celebraba cenas o fiestas en su casa, al toque del cante jondo y con burbujas de champán. El bar Tormes era el más cercano y también el que menos la pegaba. Pero siempre dejábamos ahí las llaves de casa por si acaso o nos daban una pistola de pan si se quedaba sin género La Barrita de Viena o el Pareli de La Milagrosa. Recuerdo muy bien a Raquel, su hija. Era discreta y educada. No debió ser fácil crecer a la sombra de un artista de su talla. Había un par de restaurantes, el Teletipo, con un solomillo a la pimienta negra, y otro más barato que servía unos menús del día que hoy serían dignos de una estrella Michelin. Llegar hasta Santa Engracia era un viaje, pero me encantaba parar antes y comprar en la esquina con Alonso Cano unos cuernos con chocolate que hoy me sacian con pensarlo. Debajo, en Miguel Ángel había un Bobs. El mixto lo acompañaban o con patatas fritas o con una bola de ensaladilla rusa. Entre esas dos opciones estaba la felicidad o la tristeza. En la planta de arriba había un videoclub con películas en betamax donde alquilaba 'Los Gunis' y 'Laberinto' cada tres días. Un poco más hacia Almagro estaba la redacción de la revista '¡Hola!'. Todavía se hablaba de cuando Eduardo Sánchez Junco paseaba un lobo ibérico rescatado de su Retortillo. Las croquetas de Mónico eran la forma más corta de acercarse al cielo sin dejar de pisar las calles de mi barrio. Si tuviera que elegir una canción de aquellos años sería la 'Zamba de mi esperanza', de Los Chalchaleros, y el día que Polo Román me regaló su bombo tras un concierto en el salón de casa. Seguro que Encarnita escuchó esas voces graves que cantaban a la tierra desde el quinto derecha. Gran embajadora de la capitalEl viernes se marchó entre rumores, tristezas, nostalgia e injusticias. A veces Madrid no es generosa con las personas que la han hecho de esta manera y Encarnita Polo fue una de sus grandes embajadoras. En ese Madrid de Encarnita y mío el tiempo pasaba despacio y, sin embargo, me da vértigo lo rápido que hemos llegado hasta aquí. Pero por muy perra que haya sido la vida con ella en su invierno, creo que será difícil sacarla de la memoria de tantas personas que crecieron, vibraron o que simplemente la vieron por televisión cuando España pasaba del gris al color. En García de Paredes, de vez en cuando, volvía a brillar esa mujer recordando que antes de Rosalía, de Aitana, Amaia o cualquiera, estuvo Encarnita Polo marcando el ritmo y la nota de nuestra banda sonora.
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