El misterio que esconde la máscara mortuoria de Napoleón entre Toledo y Cuba
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La máscara mortuoria de Napoleón Bonaparte , conservada en el Museo del Ejército de Toledo, podría tener un origen insólito: Cuba. Más concretamente, Santiago de Cuba, donde el médico François Antommarchi –último galeno del emperador– vivió sus últimos años. Esta hipótesis, aún sin confirmar, abre una fascinante línea de investigación que conecta reliquias imperiales, leyendas familiares y archivos militares españoles.Durante una campaña arqueológica en Cuba conocí al doctor Antonio Cobo, entomólogo forense que había practicado la autopsia a los restos de Antommarchi, enterrado en el cementerio de Santa Ifigenia, en la citada ciudad. Junto a Martha Hernández, historiadora del camposanto, visitamos su tumba y descubrimos inscripciones de la familia Portuondo. Aquellas conversaciones, entre la ciencia y la leyenda, dieron origen a este reportaje, porque tras los huesos, las tumbas y los nombres, se perfila una historia insólita: la de la máscara funeraria de Napoleón y su posible vínculo con Cuba.Último médico Nacido en Córcega en 1780, Antommarchi estudió medicina en Pisa y cirugía en Florencia. En 1813 fue prosector –la persona encargada de realizar las disecciones de los cadáveres para prepararlos con fines educativos o de investigación– en la cátedra de anatomía de Paolo Mascagni. En concreto, era el responsable de diseccionar los cuerpos para ilustrar el sistema linfático. Tras la muerte de Mascagni, retuvo sus láminas anatómicas, lo que desató un litigio con los herederos y dañó su reputación. En medio del conflicto, se postuló como cirujano del Ejército imperial francés , alegando experiencia en enfermedades tropicales, disciplina aún inexistente. Décadas más tarde, sus recomendaciones sanitarias en Cuba darían cierto crédito a esa afirmación.Noticia Relacionada Con un diamante de 13,04 quilates estandar No Venta récord por el broche que Napoleón dejó atrás en su huida de Waterloo ABC Diseñada «probablemente para decorar su bicornio en ocasiones especiales», alcanzó los 3,79 millones de euros en subasta en GinebraGracias al cardenal Joseph Fesch, Antommarchi fue enviado en 1818 a Santa Elena para asistir a Napoleón en su exilio. Aunque el emperador lo toleró más que lo apreció, estuvo presente hasta su muerte el 5 de mayo de 1821. La autopsia, realizada al día siguiente, fue incompleta. La esposa del general Bertrand impulsó la creación de una máscara mortuoria, pero la falta de yeso retrasó el molde. El cirujano británico Francis Burton, con ayuda de Antommarchi, realizó una primera impresión el 7 de mayo. Al día siguiente, Burton descubrió que la mascarilla había sido cortada y acusó a Antommarchi, que negó los hechos. Otro médico, Arnott, tomó una nueva impresión con cera quirúrgica, hoy conservada en el Musée Masséna de Niza.Las copias de Burton se dividieron, pero la principal desapareció. Circularon rumores que implicaban a Madame Bertrand y a Antommarchi en la sustracción. Desde entonces, se han producido múltiples réplicas. Una fue enviada a Florencia para el escultor Antonio Canova, pero este falleció antes de iniciar el trabajo. Se cree que esa pieza es la que hoy se conserva en los Museos Nacionales de Liverpool. Antommarchi, por su parte, también se apropió de diversas reliquias del emperador: sábanas, cabellos, un sello, un reloj y hasta un molar. Objetos que reforzaban su vínculo con Napoleón y alimentaron una reputación ambigua, marcada por disputas y sospechas.En París, Antommarchi publicó ' Les Derniers Moments de Napoléon ', testimonio directo de los últimos días del emperador. En 1833, tras varios contratiempos en Europa, emprendió viaje a América. Su periplo incluyó Nueva Orleans, Luisiana, Nueva California y Veracruz. En la primera ciudad fue recibido con honores por la comunidad francófona, que aún reverenciaba a Napoleón. Allí obsequió fragmentos de los llamados «souvenirs mortuorios» a instituciones y personajes influyentes.Representación pictórica de la muerte de Napoleón, de Charles Steuben ABCFinalmente, llegó a Cuba. En La Habana recibió cartas de recomendación del capitán general Tacón dirigidas al brigadier Juan de Moya, gobernador de Santiago de Cuba. Fatigado y con escasos recursos, hizo escala en Puerto Príncipe (hoy Camagüey), donde una familia lo acogió sin aceptar pago alguno. En agradecimiento, les obsequió tres reliquias: un mechón de cabello de Napoleón, un sello personal y un fragmento de la sábana sobre la que murió. Décadas más tarde, esos objetos fueron llevados a España por sus descendientes.Recomendado para continuar su labor en Santiago de Cuba , donde la fiebre hacía estragos, Antommarchi tenía además un motivo personal: su primo Antonio era propietario de la plantación cafetalera San Antonio, situada a unos 30 kilómetros de la ciudad. Una leyenda lo vincula con el gobernador militar de la provincia de Oriente, el brigadier Moya, a quien supuestamente habría curado durante la Guerra de Independencia en España. Sin embargo, los documentos sugieren que el encuentro pudo haber ocurrido en Francia, tras la captura de Moya en Badajoz en 1811.Durante su permanencia en Santiago de Cuba, Antommarchi replicó y regaló copias del molde de la máscara mortuoria del emperador francés y, al menos, una quedó en poder de la familia Moya.Otro caminoEl capitán estadounidense Henry D. Tromason, que investigó la presencia del médico corso en Cuba y el destino de la famosa máscara, relata una entrevista realizada en 1910 a la viuda Moya –probablemente María de los Ángeles Portuondo y del Río, nuera del brigadier–, quien recordaba cómo los niños jugaban con la máscara y aseguraba que en su interior aún se conservaban cabellos castaños y finos. Con el declive económico de la familia Moya tras la caída del dominio español, la máscara fue vendida por apenas 30 dólares a un desconocido.Por su parte, el doctor Cobo indica que varias copias de la máscara permanecieron en Santiago tras la muerte de Antommarchi. Una fue obsequiada al brigadier Moya y, tras pasar por manos familiares, vendida en 1916 a un pariente del general José Lacret Morlot. Hoy se conserva en el Museo Napoleónico de La Habana . Otra versión, considerada por muchos como original, se exhibe en el Museo Emilio Bacardí. Fue adquirida en Francia por Elvira Cape, esposa de Emilio Bacardí, y donada al museo. También se documenta una máscara en poder de Madame Nicole, amiga del entorno de Antommarchi, junto a objetos personales del médico.Tras la muerte de Antommarchi en 1838, su primo Antonio fue nombrado albacea. Poco después, su hermano José María viajó desde Colombia para recoger sus pertenencias. Entre ellas se encontraba, posiblemente, la última impresión de la célebre máscara mortuoria de Napoleón, aunque el molde original ya había desaparecido. José María también heredó las láminas anatómicas de tamaño natural. A su muerte en Caracas en 1872, el legado pasó a sus descendientes. En 1921, su nieto Eduardo Azhémar donó la máscara y su caja al Musée National du Château de Malmaison. En 1944, el Estado francés la adquirió oficialmente.En la ficha catalográfica del Museo del Ejército de Toledo , proporcionada por la dirección de dicha institución, la máscara mortuoria de Napoleón I aparece inventariada con el siguiente código: MUE-40062. En ella se informa de que ingresó allí antes de 1914, según el catálogo del Museo de Artillería (tomo 4, página 569), y que tenía varios objetos asociados: un mechón de pelo y un paño de la cámara de Santa Elena. Según la investigadora Susana Martínez Arregui, esta máscara podría ser una copia directa de Antommarchi o una reproducción posterior. La ausencia de inscripciones visibles genera dudas, aunque podrían estar ocultas por añadidos de bronce. Lo cierto es que esconde más preguntas que certezas. Por ejemplo, su ingreso en el Museo del Ejército de Toledo antes de 1914, según el registro del antiguo catálogo del Museo de Artillería, despierta una hipótesis fascinante: ¿pudo haber llegado a España desde Santiago de Cuba, junto con los últimos vestigios del imperio tras la pérdida de la isla en 1898?Francois Antommarchi ABCSi así fuera, estaríamos ante una pieza que no solo representa el rostro del emperador francés, sino también un vínculo inesperado entre el legado napoleónico y el pasado imperial español. Un objeto que habría cruzado el Atlántico en medio del desmantelamiento de una época, sobreviviendo al olvido que sepultó a más de 63.000 soldados españoles cuyos restos quedaron esparcidos por la isla, abonando de hispanidad cada rincón de la Perla de las Antillas.El mechón de pelo y el paño de la cámara de Santa Elena, ingresados en 1944, refuerzan la idea de que otros objetos relacionados con Napoleón pudieron compartir ese mismo destino. ¿Fueron traídos por descendientes de militares repatriados tras la pérdida de Cuba? ¿O llegaron por otras vías, como parte de colecciones privadas que acabaron en manos del Estado? La historia completa aún no se ha escrito. Para desentrañar el misterio, será necesario bucear en los archivos militares, revisar inventarios, correspondencias, informes de traslado y actas de donación. Quizás allí, entre papeles amarillentos y legajos olvidados, se encuentre la clave que revele cómo esta máscara llegó a Toledo.Hasta entonces, la máscara mortuoria de Napoleón permanece como una reliquia silenciosa, cargada de historia y de incógnitas. Un objeto que, más allá de su valor artístico o simbólico, nos invita a reflexionar sobre los caminos insospechados del pasado, las huellas del imperio y las conexiones invisibles que aún laten entre Europa y América . Porque, a veces, los ecos de la historia no se escuchan: se contemplan, en bronce, en silencio, desde una vitrina.
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