Entrar
Foto de perfil de alberto alberto · · Actualidad · eldiario.es · ·
#Aragón #Patrimonio Histórico #Pirineo aragonés #Huesca
Un edificio histórico que funcionó como sede episcopal y refugio de obispos, rodeado de barrancos y leyendas, conserva su arquitectura lombardo‑jaquesa y tradición cultural en Borau
El pueblo de Aragón rodeado de murallas templarias cuyo casco histórico ha servido de plató cinematográfico
El Pirineo aragonés guarda rincones donde el pasado todavía se siente en el paisaje. En el valle del Aragón, entre montañas y barrancos, se encuentran vestigios de un pasado que define la identidad de la región. Los antiguos monasterios y ermitas que aún se conservan revelan cómo se organizaba la vida religiosa y social en la Alta Edad Media, y cómo la geografía condicionaba tanto la construcción como la supervivencia de estos espacios.
Caminar por estos parajes permite descubrir lugares donde la naturaleza y la historia se entrelazan. Senderos, arroyos y barrancos no solo dibujan el paisaje, sino que han influido directamente en la conservación de los edificios, a veces sepultando partes de las estructuras y obligando a generaciones posteriores a recuperar lo que el tiempo y el entorno habían ocultado. Cada edificio antiguo ayuda a imaginar cómo vivían quienes lo construyeron y cómo se adaptaban al entorno para proteger sus templos y monasterios.
Más allá de su valor arquitectónico y artístico, estos enclaves conservan tradiciones, relatos y leyendas que forman parte de la memoria colectiva. Son lugares donde la historia se percibe en lo tangible y en lo intangible, desde las formas de los muros hasta las historias transmitidas de generación en generación. Explorar estos espacios no solo permite conocer el patrimonio material, sino también entender cómo la cultura y la memoria se preservan en medio del paisaje pirenaico.
El antiguo monasterio románico de San Adrián de Sásabe
En Borau, se conserva el último vestigio de un monasterio que tuvo gran relevancia durante la Alta Edad Media. La construcción románica que se observa hoy data de finales del siglo XI y se levantó sobre los restos de una iglesia anterior, que ya servía como centro de culto antes de la llegada del nuevo edificio. En su historia, el monasterio cumplió funciones de centro monástico y sede episcopal, y también fue refugio para los obispos de Huesca tras la ocupación musulmana de la ciudad en el año 717.
La ermita actual está rodeada por los barrancos de Cáncil y Lupán, cuyas crecidas depositaron sedimentos que enterraron buena parte de la estructura original. Este proceso natural explica por qué solo se conserva la iglesia, que aún muestra influencias del estilo lombardo‑jaqués característico del románico pirenaico. El contraste entre su interior austero y los detalles más elaborados del exterior, especialmente en la portada occidental, permite reconocer la tradición arquitectónica jaquesa presente en el edificio.
El espacio interior es sencillo, con una única nave rectangular, mientras que la fachada refleja elementos más complejos. A finales del siglo XVI, los vecinos de Borau promovieron la recuperación del culto y levantaron una ermita sobre los muros supervivientes del antiguo monasterio, asegurando así la continuidad de la actividad religiosa en el lugar y conservando la memoria del edificio original.
El monasterio también está vinculado a la tradición del Santo Grial. Según la leyenda local, la reliquia pudo haber sido ocultada temporalmente en este templo durante su recorrido por el Pirineo, antes de continuar hacia San Juan de la Peña y, más tarde, a la Catedral de Valencia. Aunque se trata de un relato transmitido de generación en generación, la historia y las creencias populares se suman al valor cultural del enclave, que combina arquitectura, memoria histórica y paisaje.

Comentarios