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Foto de perfil de alberto alberto · · Actualidad · abc.es · ·
Si uno la mira de reojo, diría que la Plaza de la Villa no tiene wifi, alcalde. Así de añeja, intemporal, y mitológica la ve uno. He ahí el milagro del silencio en mitad del éxito de estruendo que es la ciudad. Se desembarca desde la calle Mayor, por ejemplo, y se entra enseguida en un aire que tiene memoria, un aire acorralado por unas fachadas que son muros que son parada historia.No es grande la plaza, alcalde, y ni falta que le hace. Es una plaza pensante, hecha para la confidencia. Tres edificios la cercan, viejos como una verdad de piedra: la Casa de la Villa, la Casa Cisneros y la Casa de los Lujanes, que acreditan que es del siglo XV, con una torre donde estuvo preso un rey francés que fue perdedor de guerras. Eso se cuenta. Las piedras, aquí, miran las piedras del monumento vecino, como si se conociesen desde hace siglos, que sí se conocen. Resuenan por el empedrado los pasos de los que buscan el Madrid auténtico, el que no se vende en el Primark ni se graba en stories. Aquí el turismo es un turismo de media voz, y hasta los guías, por un respeto casi atmosférico, susurran las fechas o los datos con arte de sacristía. Hasta las palomas se me antojan aquí antiguas, alcalde, y la lluvia de ayer mismo era la lluvia misteriosa que entrevió Borges: sucede siempre en el pasado. No hay terrazas, ni neones, ni bares con nombres en inglés. Aquí el recreo es mirar despacio, admirar la lentitud del día, con una fuente en el centro que es un murmullo de monasterio. En una esquina, el escudo de la ciudad, con su oso y su madroño, observa el paso del tiempo como un santo urbano. Dicen que en esta plaza se fundó la administración del viejo Madrid, cuando aún las calles olían a estiércol y a pólvora, y los pregoneros andariegos eran los influencers de la época. Hoy, la Casa de la Villa luce su balcón barroco y sus rejas solemnes como quien enseña un medallón de guerra. Por allí pasaron reyes, alcaldes, conspiradores y poetas. Ahora pasan sombras, y un par de guardias municipales que parecen sacados de un cuadro costumbrista. Es la postal más antigua del viejo Madrid, y por eso es acaso la más moderna. La plaza con menos prisa de una ciudad que no descansa.

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