El president en funciones dio datos falsos y explicaciones surrealistas en la comisión de la dana del Congreso. Admitió haber mandado a los escoltas a casa, lo que revela que no pensaba trabajar esa tarde. También abrió la posibilidad de que salgan nuevos 'whatsapps' con la consellera Pradas
Las mentiras de Mazón en el Congreso: sus bulos y manipulaciones en la comisión de la dana
Cuando Carlos Mazón imaginó su desembarco en el Congreso de los Diputados de Madrid frente a decenas de cámaras y periodistas interesados en él y solo en él, lo hacía subido en un corcel blanco, quizás ungido como ministro de Política Territorial o diputado nacional después de 12 años de president de la Generalitat. Nunca pensó que su día grande en la capital –donde pasa todo y si no pasa es porque no vale la pena ser contado– sería para ser irreverentemente cuestionado por políticos de izquierda que le tuteaban, le vapuleaban con contradicciones o le exigían silencio de manera autoritaria mientras él intentaba explicarles qué es un Cecopi sin que nadie mostrase el mínimo interés en los conocimientos adquiridos a base de muertes que haya acumulado Mazón en el último año.
No pensó este virrey estrenado hace dos años que su majestuosa llegada a la capital sería en una comisión de investigación por una dana mortal y estaría acompañada solo por los dos míseros vasallos que le quedan y la ausencia completa de su partido, la frialdad de los diputados de su grupo y siendo increpado por casi todos los demás. “Me hubiera gustado hablar más y mejor”, admitía Mazón a su salida en volandas de la que será su última declaración importante, con la salvedad de la que se pueda producir en un juzgado. Si quedó algo claro en la sala de comparecencias este lunes es que a Mazón ya solo le respeta y le quiere Vox. Fue con su diputado Gil Lázaro (fugado del PP al partido de Abascal) con quien bailó un vals amañado de preguntas y respuestas para culpar de todo a Pedro Sánchez.
Madrid no ha sido nunca talismán para el president en funciones de la Generalitat Valenciana. Su parada en el hotel Ritz en febrero fue el preludio de su fin político, el día que puso en evidencia ante los suyos la perla que es –ante los valencianos lo había hecho el propio 29 de octubre de 2024– y mostró las enormes costuras políticas por las que se iba a escurrir el hilo de su agónico final: poca oratoria, muchas mentiras, nulo equipo, demasiada soberbia, escasa visión estratégica. “¿Pero qué estás haciendo, Carlos?”. Entonces no se lo cantó Rosalía, sino los suyos. Pese a todo, le aplaudían y lo sostenían. Por entonces, este político de Alicante sin experiencia de gestión digna de tal nombre todavía manejaba el relato.
Este lunes ya no. Mientras enfilaba la sala en la que le esperaban caras conocidas como Ione Belarra o el temible Gabriel Rufián –rey de redes y depositario de todo lo que usted quiso decir a la cara, pero no se atrevió– una treintena de víctimas oreaban su indignación entre las fauces de los leones del Congreso con altavoces y pancartas. La turista en albornoz que se asomaba a un balcón del hotel Villa Real, el mismo en el que murió Rita Barberá, no acertaba a comprender quiénes eran o qué pedían, o quién sería ese muñeco gigante vestido presidiario con las manos manchadas de rojo.
Dentro, Mazón comprobaba que Madrid no le compadece y quiso colocar su mensaje exculpatorio, aunque se presentó abatido y dimitido, con la voz vibrada de nervios al principio, acorralado a veces, con pocas armas y poca verdad que ofrecer a preguntas tan sencillas como “dónde estuvo de siete a siete y media”, “por qué no le cogió el teléfono a Pradas en ese tiempo” o “por qué tardaron dos horas en mandar el Es-Alert”. Aquí no le valía un tocho leído de más de 20 minutos como hizo en Les Corts, un escupir en el autogobierno que dijo defender en la sala Prim del Congreso.
Los nervios iniciales ante una comisión de investigación en terreno hostil y con diputados osados como Ione Belarra, indignados como Alberto Ibáñez (Sumar) o fiscalizadores como Alejandro Soler (PSOE) fueron dejando emerger la indignación de Mazón, que se sentía víctima de la mala gestión de la Aemet –ha entendido qué es un cecopi o el ciclo del agua, pero aún no ha entendido lo de los umbrales de los 180 litros– de la izquierda coaligada contra él o víctima también del poco tiempo que le daban para poder hablar en la comisión de investigación. La presidenta, socialista, no estaba dispuesta a regalar la ocasión de la colleja a uno de los políticos menos respetados de los últimos años.
Conforme llovían preguntas y respuestas se iba disolviendo esa capa de pintura de hombre acabado e iba emergiendo el brillo sarcástico de la perla que es. Capaz de decir que estuvo 37 minutos sin atender a su consellera porque “llevaría el móvil dentro de la mochila”. Capaz de admitir que había enviado a sus escoltas a casa a las tres de la tarde –evidenciando así que esa tarde pretendía no trabajar–, capaz de presentarse como un actor secundario en la peor emergencia de su comunidad, capaz de erigirse defensor de las víctimas que habían sido, según él, censuradas en el Congreso, capaz de mantener en sede parlamentaria que habló con el alcalde Utiel y acto seguido decir que no le llamó porque alguien ya había hablado con él. Un hombre capaz de tener el teléfono en la mano y en la mochila. Capaz de llevar un suéter en la misma mochila y hacer desaparecer la americana, de la que nunca más se supo. Un hombre que entre la dignidad y una mochila de calamidades, elige lo segundo.
Perdió los nervios en más de una ocasión mientras miraba a su hombre de confianza, Santiago Lumbreras, sentado al final de la sala, tan imbricados que las mismas cosas les escocían al unísono: que sacaran a colación a las víctimas, la trola de la Serranía de Cuenca y la figura de la delegada de Gobierno les daba calambrazo en el escaño.
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