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#Teatro #Flamenco #Baile #Danza #Matadero Madrid
La bailaora flamenca pone a Pedro Almodóvar de rodillas en el estreno de una enorme pieza llena de libertad, fiesta y ruptura frente al virtuosismo, la muerte y la soledad
Rocío Molina, bailaora: “No tengo la sensación, ni la intención, de innovar en nada”
Es muy difícil explicar lo que las artes escénicas son capaces de mover, muy complicado trasladar lo que puede llegar a pasar en un encuentro entre un artista y el público. Estas líneas intentarán dilucidar la barbaridad que se vivió en el estreno de la nueva pieza de esta inclasificable artista malagueña. Calentamiento es muchas cosas. Un grito de libertad conquistada, sobre todo, y la constatación de que solo a través de lo propio, de lo que uno es, se puede trascender, despegar y finalmente compartir e inspirar al otro.
Lo primero que sorprende al público es el “bicho”. Rocío Molina es capaz de llegar a donde no llega nadie. Y eso el espectador lo nota desde el comienzo. Ya en la entrada de público, cuando la bailaora realiza un calentamiento de flexiones y estiramientos, el espectador se queda pegado a ese cuerpo construido para el movimiento y la guerra, a esa mirada que está ya en otro lado.
Pero la excelencia tiene sus peajes. Desde hace tiempo Molina lleva advirtiendo que su manera de baile llega a través del dolor. Tiene que calentar durante más de media hora hasta que le duele cada músculo, tiene que traspasar la barrera del dolor para encontrar su arte. En la génesis de esta pieza estuvo la voluntad de acercarse a su cuerpo y su baile de otro modo. Pero paradójicamente, o no tanto, eso es lo que acaba haciendo en Calentamiento. Durante más de media hora, Molina realiza ante el público una tabla de pies hasta la extenuación, hasta que llegue el dolor que permita ese poderoso zapateado lleno de compás que los viejos entendidos comparan con el de Carmen Amaya.
El milagro de esta obra reside en que Molina se rinde a lo que es y decide compartir en escena esa rendición con el público. Ese acatamiento, en vez de capitulación, se vuelve un disparador. Se llena el espacio de verdad compartida, de fragilidad expuesta para, a partir de ahí, abrir un espacio donde quepa el gozo, donde poder hacer lo que uno quiera. Molina en este espectáculo hablará, cantará y hasta tocará la batería.
Libertad y ruptura
Calentamiento recoge dos de las obsesiones de esta artista. Por un lado, dar sentido a esa bailarina que desde niña trabajó hasta la extenuación el batir de los pies, el braceo y la soltura del talle. Por otro, la búsqueda de cómo poder trabajar sin los encorsetamientos del espectáculo flamenco, los ortodoxos y los machistas. Una búsqueda en la que Molina ha ido desestructurando el baile hasta conquistar un espacio de libertad propia.
Rocío Molina en un momento de 'Calentamiento'
Pero la búsqueda no es solo formal. Molina lleva años trabajando como una mula. Se erigió empresaria de sus propios espectáculos, creadora y bailaora de los mismos. Y ese es un camino solitario. En Calentamiento, la artista nos adentra en ese mundo de soledades. Un mundo en el que solo queda recomenzar, seguir calentando, nunca parar porque sabe que al otro lado está la muerte. No puede dejar de comenzar porque no puede parar.

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